5 Frases de Dostoyevski
Dostoyevski, el gran escritor ruso, nos regala enormes perlas de sabiduría en sus diferentes obras. He aquí una colección de mis favoritas.
«No me gusta que quieran, teniendo una cultura general solamente, resolver cuestiones especiales; pero, entre nosotros, eso es lo que se hace sin excepción. Los funcionarios civiles se meten a juzgar preferentemente cosas del ejército y hasta del Estado Mayor, y la gente con una formación de ingeniería se mete en problemas de filosofía y de economía nacional».
Es un error habitual, señalado por otros pensadores como Thomas Sowell, que individuos muy versados en una materia decidan dar un salto, para el que no se han preparado, en otras materias. Y es especialmente grave cuando se trata de materias que afectan directamente a la sociedad como la política, la economía o, también, la religión.
«No sorprenderse por nada es todavía más estúpido que sorprenderse por todo. No sorprenderse por nada es casi lo mismo que no respetar nada. Y un hombre estúpido no respeta nada».
Decía Aristóteles que la filosofía comienza con la admiración. La admiración nos la produce la belleza, y de esta admiración surge un amor por las cosas, por el ser de las cosas. El hombre que no se admira por nada, ciertamente, difícilmente respetará nada. Y el estúpido, como aquí señala Dostoyevski, es aquél incapaz de admirar, de valorar la belleza que le rodea. Esa clase de estúpido es especialmente dañina para el mundo: no le importará quemarlo.
«Eso de pensar en nuestros tiempos es casi imposible: cuesta demasiado. A decir verdad, se pueden comprar también las ideas ya hechas. Las venden en todas partes y hasta las dan gratis: sólo que las que dan gratis resultan más caras y la gente empieza ya a advertirlo.»
Siempre obtengo cierto consuelo cuando leo en obras de autores del pasado problemas de la actualidad. No somos los primeros en sufrir ciertas realidades -probablemente, de una forma u otra, ningún problema es nuevo-. Y el eterno problema del asimilar ideas sin digerirlas, sin reflexionar sobre ellas y, simplemente, repetirlas cual loro es tan actual como en la época de Dostoyevski. Y, al igual que cuando escribía estas líneas, parece que cada vez la gente es más consciente de que no puede dar por válidas las ideas que les dicen simplemente porque vengan de supuestas figuras de autoridad televisivas, radiofónicas o políticas. Las ideas que repetimos sin haber procesado, no sólo permiten que otro hable por nuestra boca, sino que pueden ser nocivas.
«Sentían desprecio hacia el pueblo ruso pero al mismo tiempo se figuraban amar y desear su bien. Pero lo amaban negativamente, como si en vez de tomarlo tal cual era imaginaran un pueblo ideal, según debía haber sido el pueblo ruso conforme a sus ideas.»
Aquí tenemos otro universal, típico de las élites más o menos utópicas, que se creen por encima de sus ciudadanos. Hoy día lo vivimos con toda la élite woke que nos señala permanentemente con el dedo y nos dice cómo de malos somos por no someternos a sus patrones morales. Patrones morales que, por otro lado, rara vez ellos mismos respetan. Es algo análogo a lo que también se ve en ciertos ámbitos de izquierda donde sólo se quiere las cosas si son como uno quiere. Por ejemplo, gente que sólo querría a España si fuera republicana o a los hombres si están deconstruidos.
«[Belinski] en aquel tiempo era un socialista fervoroso y enseguida empezó a hablarme de ateísmo. (…) Como socialista tenía que empezar por derrocar el cristianismo, sabía que la revolución debía comenzar por el ateísmo. Tenía que destruir aquella religión de la que procedían los principios morales de una sociedad que él rechazaba. Rechazaba radicalmente la familia, la propiedad, la responsabilidad moral del individuo. (...) Sin duda comprendía que al negar la responsabilidad moral de la persona, negaba también su libertad.»
El socialismo es hijo del ateísmo, y con él se quiere anular el ethos natural y espontáneo del ser humano: su moralidad, la familia, la propiedad y su propia responsabilidad. Por eso la izquierda tiende a ser increíblemente compasiva y comprensiva con los criminales (excepto cuando les afecta personalmente el crimen) y muy severa con sus víctimas. Por eso fomenta el victimismo, porque en éste se diluye la responsabilidad individual. Niega el valor de la libertad y, por eso, tiende a uniformar. El ateísmo, en sus concreciones políticas, y como consecuencia natural de las premisas que se derivan del mismo, termina siendo contrario al hombre. Si viene de la nada, a la nada quiere hundirlo.
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